El sagaz Estacio
Alonso Jerónimo de Salas Barbadillo murió el 10 de julio de 1635 en Madrid, donde había nacido el 29 de julio de 1581 en el seno de una familia rica por el comercio: su padre era "solicitador de los negocios de Nueva España". Estudió Leyes y, muerto su padre, le sucedió en sus negocios; pero más se inclinaba a las letras, a las fiestas y a las pendencias, por lo que fue condenado varias veces a destierro y acabó muriendo pobre; destino propio de los poetas, como él mismo reconoce en un epigrama:
A los poetas, Inés,
les pides sortijas de oro;
¿no ves que nuestro tesoro
como el de los duendes es?
¡Qué lenguaje tan perverso!
Desde hoy te notificamos
que nosotros no alcanzamos
más oro que para el verso.
Su obra más famosa es la novela picaresca La hija de la Celestina. Publicó también novelas cortas, cuentos, epístolas, obras dramáticas y libros de poesías. Destacó como epigramático. En 1981, Emile Arnaud recopiló, anotó y publicó sus epigramas, epitafios y letrillas en la revista Criticon. Se pueden encontrar aquí, aquí, y aquí. Presentamos en esta página una selección de epigramas, siguiendo la edición de Arnaud.
Métricamente, todos los epigramas de Salas Barbadillo son coplas castellanas octosílabas con rima abba-cddc.
La temática es variada. Algunos vienen de Marcial (señálelos el lector erudito, que yo ando escaso de tiempo). No faltan chistes de borrachos (de quienes hoy, creo, sigue siendo lícito hacer burla), como estos.
A prender un tabernero
fuiste, Arnaldo, y él te dio
tanto licor, que libró
su cuerpo del carcelero.
Viste luego mil candiles,
hablaste poco y mohino:
no hay alguacil como el vino,
pues prende a los alguaciles.
———
Pedro Rodríguez, aquel
que siempre a vino sabía,
ya no le hace cortesía,
y es del agua amigo fiel.
Y porque viva premiado
de esta virtud el buen hombre,
le mudamos, Celia, el nombre,
y se llama Pedro Aguado.
———
Aquel tu deudo curioso
en las vasijas del vino,
que ya por este camino
se ha venido a hacer famoso,
llora con cualquier espanto,
Celia, y paréceme a mí
que es por arrojar de sí
el agua, aunque sea de llanto.
———
A este flamenco vinoso
un poco del agua di
de Ángeles y él, vuelto a mí
con rostro airado y furioso,
(razón es que se me crea)
dijo con tono profundo:
"¿Posible es que hay en el mundo
agua que de ángeles sea?".
———
Los sodomitas entonces estaban muy mal vistos (tan mal vistos, que eran condenados a la hoguera). Salas también les lanza algún dardo, que hoy no sería permitido:
Celio, que a niños quería,
de mujeres olvidado,
porque a tan sucio pecado
le llamaba niñería,
tanto, Albanio, dio en quererlos,
que, aunque se le murmuró,
aun el día que murió
murió abrasado por ellos.
———
Los rizos de la cabeza,
la blancura y el afeite,
en un hombre vil deleite
son y bárbara torpeza.
Por esto, Juan, reputado
por hombre grosero estás;
pero en la muerte serás
otro segundo Tostado.
———
Tostado: el obispo Alonso de Madrigal, paradigma de sabiduría y erudición. Y también tostado en la hoguera.
No pueden faltar epigramas contra los cornudos, el matrimonio y las mujeres en general.
La mujer del volador,
Montano, en tu gusto hermosa,
ya es de sí tan generosa
que a todos hace favor.
Hoy, aunque tengo que hacer,
a verle me he de llegar,
que por ver a un buey volar
todo se puede perder.
———
volador: según Arnaud, "volatinero".
El paciente, nuestro amigo,
que está en callar su comer,
al galán de su mujer
hoy al sol llevó consigo.
Celio, pues es caracol,
goce de éste y de mis soles,
que es muy de los caracoles
sacar sus cuernos al sol.
———
Celia, el viejo desdichado
que los dientes ha perdido,
después que fue tu marido
es un hombre muy honrado.
A lástima me provoca,
pues del marfil transparente
tanto le sobra en la frente
cuanto le falta en la boca.
———
Lipsio, porque a Diana vio
bañar Acteón, ¡oh acerbo
hado!, le convierte en ciervo
y la frente le enramó.
¡Oh cuánto son peligrosas
las mujeres, cuánto infaustas!
Si aun ponen cuernos las castas,
¿qué pondrán las lujuriosas?
———
Tanto gustas de pleitear
que, aunque sea en tu favor,
recibes mucho dolor
de ver un pleito acabar.
Si ese gusto te convida,
cásate a disgusto, Bras,
porque así aseguraras
pleito por toda tu vida.
———
Celio, esta noche soñaba
que una espada te había muerto;
desperté, y supe por cierto
que tu padre te casaba.
Si durmiendo te lloré,
despierto es más mi dolor,
pues fue el peligro mayor
de lo que yo le soñé.
———
Hace, don Luis, tu vecina
mucha fuerza en que es doncella,
y yo no acierto a creella
ni a tal mi estrella me inclina.
Alumbra más que la esfera,
de diamantes adornada:
calle tan bien empedrada
sin duda que es pasajera.
———
Compras, Celia, del tendero
la belleza de tu cara:
esa culpa te bastara
sin venderla por dinero.
Aunque si tú de la tienda
la compraste y fue pagada,
belleza que fue comprada
no me admiro que se venda.
———
¿Para qué finges niñez,
anciana y sabia Lucinda,
pintándote hermosa y linda,
si está en casa la vejez?
No pediré en tu provecho
a Dios con ruegos extraños
que te guarde muchos años,
porque sé que ya lo ha hecho.
———
Como en sus novelas y prosas, también en sus epigramas Salas considera la vida de ladrones y gentes del hampa:
Celio, a un mozo principiante
en oficio de ladrón
le metieron en prisión:
¡por Dios que era un ignorante!
Tuvo la prisión por vicio,
mudó el pesar en placer,
que allí acabó de aprender
a poca costa el oficio.
———
El hijo de aquel en quien
hace la potra armonía
cantó en el potro, y podía,
callando, sonar más bien.
El uno, Silvio, y el otro
hace música que espanta;
la potra al padre le canta,
y el hijo canta en el potro.
———
Cantar la potra: doler la hernia. Cantar en el potro: confesar en el tormento.
Hiciste un hurto y trataste
Clodio, con tu habilidad,
probar ser tierna tu edad
y como niño lloraste.
Los jueces que te escucharon,
aunque con barbas te vieron,
la disculpa te admitieron
y así azotar te mandaron.
———
Lope, en la cárcel dormía
una noche y desperté,
porque un gran raton hallé
que mis zapatos roía.
Hice mil admiraciones,
contemplando mis zapatos,
de que, donde hay tantos gatos,
haya tan grandes ratones.
———
gato: "ladrón".
Fili, un ladrón intentó
una lámpara robar
mas, llegándole a estorbar,
turbado, el jubón manchó.
Y, viendo que no es razón
que traiga el jubón manchado,
los Alcaldes han mandado
que le den otro jubón.
———
jubón: prenda de vestir, pero también "azotes que se daban en las espaldas".
Volvamos a algo más convencional: chistes de médicos.
¿Para qué andas de valientes
todo el año acompañado,
si don Juan está guardado
de amigos y de parientes?
Si es que le quieres matar,
don Sancho, saber procura
el médico que le cura,
que éste es el buen negociar.
———
A tu médico, oh Roldán,
tan suave y amoroso,
no le juzgues lujurioso
aunque va en traje galán.
Es con las damas compuesto
y en sus pláticas sucinto;
pero se venga en el quinto
lo que perdona en el sexto.
———
Y acabemos con algunos juegos de palabras:
Las criadas, las señoras
(notable tu gracia es),
al fin cuantas damas ves,
las requiebras y enamoras.
Como te ven tan chiquillo,
burlan de ti las mujeres
y, así, don Domingo, eres
propiamente un dominguillo.
———
dominguillo: Muñeco de materia ligera, o hueco, que lleva un contrapeso en la base, y que, movido en cualquier dirección, vuelve siempre a quedar derecho.
Cuando le suelo llevar
la cuenta al Marqués y pido
me pague, muy comedido
dice le he de perdonar.
Mundo, notables varones
en tu distrito sustentas:
yo le hablo siempre por cuentas
y él las hace de perdones.
———
cuenta de perdón: cuenta más gruesa que las demás del rosario, a la que se atribuían algunas indulgencias en sufragio de las almas del purgatorio.
Tu tienda de lencería
unos ladrones dejaron
sin camisas, que allá entraron
mientras tu hijo nacía.
No andas, Jacinta, acertada.
Di: ¿de qué triste te pones,
si a tu parto los ladrones
han hecho una encamisada?
———
encamisada: Especie de mojiganga, que, para diversión o muestra de regocijo, se ejecutaba de noche.
Aunque tan desnudo ves
en invierno a mi lacayo,
San Martín le da su sayo
que de mucho abrigo es.
Lastimarme no he podido,
Claudio, porque considero
que un hombre que está hecho un cuero,
en cueros anda vestido.
———
estar hecho un cuero: Estar borracho.
¿De un hombre tan hablador,
del pueblo risa y espanto,
la palabra estimas tanto?
Notable es, Celia, tu error.
¿Tu engaño, ciega, no ves?
Tiempo es que los ojos abras,
que hombre de tantas palabras
de su palabra no es.
———
Dijiste que me enviarías
un muy valiente soneto,
abono de tu sujeto
y de lo bien que escribías.
Vino al fin y siento yo
lo que de él tu ingenio siente:
¡y cómo que era valiente!,
por poco no me mató.
———
valiente: "excelente" pero también "valentón".
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