Thursday, September 17, 2020

Tomás de Iriarte

El fabulista músico

Don Tomás de Iriarte nació en Puerto de la Cruz (Tenerife) el 18 de septiembre de 1750 y murió en Madrid el 17 de septiembre de 1791. A los catorce años de su edad se instaló en Madrid para estudiar bajo la dirección de su tío, el erudito don Juan de Iriarte. Hablaba latín y griego, inglés, francés e italiano; y, culto y protegido de los poderosos, llegó a ser traductor de la primera Secretaría de Estado y archivero del Consejo Supremo de Guerra. Como suelen los intelectuales (ilustrados, se decían en su tiempo) incansablemente intrigó, aduló y pontificó. Y, más que nada, polemizó; con Forner, con Sedano, con Samaniego... Este último le disparó un epigrama envenenado:

Tus obras, Tomás, no son
ni buscadas ni leídas
ni tendrán estimación
aunque nos sean prohibidas
por la Santa Inquisición.
———

La gota acabó con su vida antes de que cumpliera los 41 años. Según Cueto, pocos días antes de morir dictó este melancólico soneto en el que alude a sus disputas con Forner:

Lamiendo reconoce el beneficio
el can más fiero al hombre que le halaga;
yo, escritor, me desvelo por quien paga
o tarde o mal o nunca el buen servicio.

La envidia, la calumnia, el artificio
cuya influencia vil todo lo estraga
con más rabiosos dientes abren llaga
en quien abraza el literario oficio.

Así la fuerza corporal padece,
falta paciencia, el ánimo decae,
poca es la gloria, mucha la molestia.

¡El libro vive y el autor perece!
¿Y amar la Ciencia tal provecho trae?
Pues doy gusto a Forner y hágome bestia.
———

Iriarte escribió obras dramáticas, como la comedia Hacer que hacemos y el melólogo Guzmán el Bueno; poesía didáctica, como el insufrible poema La Música; y otras composiciones de varia índole que pueden encontrarse aquí.

Fama inmortal dieron a Iriarte sus Fábulas literarias, que en mi infancia todos aprendíamos y de las que han quedado en el habla común unas cuantas frases: galgos o podencos, sonó la flauta por casualidad. La verdad es que son poemas perfectos en su ligereza. He aquí, por ejemplo, la fábula El galán y la dama:

Cierto galán a quién París aclama,
petimetre del gusto más extraño,
que cuarenta vestidos muda al año
y el oro y plata sin temor derrama,

celebrando los días de su dama
unas hebillas estrenó de estaño,
solo para probar con este engaño
lo seguro que estaba de su fama.

«¡Bella plata! ¡Qué brillo tan hermoso!»,
dijo la dama. «¡Viva el gusto y numen
del petimetre, en todo primoroso.»

Y ahora digo yo: llene un volumen
de disparates un autor famoso
y si no le alabaren, que me emplumen.
———

De las poesías sueltas que Iriarte compuso traemos aquí las que consideramos más humorísticas. Diremos que la musa de Iriarte no es aguda en exceso y que nunca sobrepasa los límites de una prudente sátira.

He aquí un puñado de epigramas:

Escribano que inmediata
tienes tu casa a un platero,
pon en ella este letrero:
«Todos limpiamos la plata.»
———

Cierto escritor de sainetes
dice que hace lo que sabe,
y autores hay que aseguran
que no sabe lo que hace.
———

Casado con tres mozas en Granada
al mismo tiempo un picarón vivía;
la justicia mandó que castigada
fuese en un burro tal poligamía.
Por las calles la plebe lastimada
preguntaba el delito, y él decía:
—Señores, me han sacado a dar doscientos...
—¿Por qué? —Por frecuentar los sacramentos
———
Doscientos azotes, se entiende.
———

Este juego de palabras es muy conocido:

—He reñido a un hostelero.
—¿Por qué? ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿Cómo?
—Porque donde, cuando como,
sirven mal, me desespero.
———

A una señora anciana que se pintaba mucho la cara

Los años de edad que cuenta
la dicha señora mía
veinte son al mediodía
y a media noche setenta.
Hará como unos cuarenta
que aborreció el agua clara;
y ayer con prisa tan rara
a recibirme salió,
que olvidada se dejó
en el tocador la cara.
———

El soneto Tres potencias bien empleadas en un caballerito de estos tiempos gozó de merecida fama:

—Levántome a las mil, como quien soy;
me lavo. Que me vengan a afeitar.
Traigan el chocolate, y a peinar.
Un libro... Ya leí; basta por hoy.

Si me buscan, que digan que no estoy.
Polvos... Venga el vestido verdemar...
¿Si estará ya la misa en el altar?
¿Han puesto la berlina? Pues me voy.

Hice ya tres visitas. A comer...
Traigan barajas. Ya jugué. Perdí...
Pongan el tiro; al campo, y a correr...

Ya doña Eulalia esperará por mí...
Dio la una. A cenar, y a recoger...
—¿Y es este un racional? —Dicen que sí.
———

Aunque quizás mi soneto favorito sea este acerca de los Trabajos en que se ve el poeta por causa de cierta Juana:

Pensando en Juana tomo siempre el sueño;
Juana mi reflexión de noche afana;
pienso en Juana también por la mañana
y Juana a todas horas es mi dueño.

Juana me desanima con su ceño;
Juana otras veces me parece humana;
severo estoy, según me mira Juana;
según me mira Juana, estoy risueño.

Sin Juana estoy y a Juana tengo al lado;
no es imperio el de Juana: ¡es despotismo!
Juana es en mí un espíritu arrimado

y para Juana no hallo un exorcismo...
¿Ves cómo este soneto está enjuanado?
Pues aún más enjuanado estoy yo mismo.
———

En la Biblioteca Nacional se conserva un manuscrito de Poesías lúbricas de D. Tomás de Iriarte inéditas que no pueden imprimirse. Pero no se ilusionen los lectores rijosos: son pocas, poco lúbricas y con poca gracia. He aquí una de ellas:

Preguntaba un carpintero
recién casado a su esposa:
«¿Hacemos aquella cosa,
o hemos de cenar primero?»
Y respondiole la tonta:
«Lo que tú quieras, pariente,
para mí es indiferente...
mas la cena no está pronta.»
———

Acabaremos con la transparente alegoría La barca de Simón, que le costó a Iriarte una reprimenda de la Santa Inquisición:

Tuvo Simón una barca
no más que de pescador,
y no más que como barca
a sus hijos la dejó.

Mas ellos tanto pescaron
e hicieron tanto doblón,
que ya tuvieron a menos
no mandar barco mayor.

La barca pasó a jabeque,
luego a fragata pasó;
de aquí a navío de guerra
y asustó con su cañón.

Mas ya roto y viejo el casco
de tormentas que sufrió,
se va pudriendo en el puerto:
¡lo que va de ayer a hoy!

Mil veces lo han carenado
y al cabo será mejor
desecharle y contentarnos
con la barca de Simón.
———

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