Ebanista y erudito
Juan Eugenio Hartzenbusch Martínez murió el 2 de agosto de 1880 en Madrid, donde había nacido el 6 de septiembre de 1806. Era hijo de española y alemán. Su padre era ebanista y él mismo ejerció este oficio algún tiempo, de lo cual se sentía orgulloso: cuentan que un día, siendo ya famoso y estando en casa de un noble, se inclinó ante un mueble para buscar la marca que solía dejar en los que fabricó, pues creía haberlo reconocido. También fue taquígrafo en la Gaceta de Madrid y en el Congreso. Ingresó en la Real Academia en 1847 y fue director de la Biblioteca Nacional. Fue muy apreciado por gran erudición y su carácter serio y sencillo.
Como estudioso de nuestra historia literaria, estuvo al cuidado de las ediciones de Lope, Calderón y Tirso para la BAE y dejó preparadas más de 5000 notas para una edición del Quijote. Pero Hartzenbusch es sobre todo recordado por el drama Los amantes de Teruel (1837), una de las cumbres del teatro romántico español. Escibió muchas otras obras para la escena y, en lo que a nosotros importa, dos libros de Fábulas (aquí y aquí) y tres epigramas recogidos en sus Poesías (aquí). Tanto estos como aquellas son suaves en la crítica y ligeros en la burla; pues, como dijo el buen don Juan Eugenio,
Si al prójimo ha de ofender
tilde poniendo en su fama
sólo es bueno el epigrama
que se queda por hacer.
Epigramas
—Para dos perdices dos—
dijo allá el del Castañar;
y así lo dejó pasar
gente a la buena de Dios.
No lo escuchará ninguno
de estómago fuerte hoy día.
sin replicar: —No, García:
Para dos perdices... uno.
———
Llamó tocaya un chulo
a una manola:
Barbarita me llaman,
dijo la moza;
Y usted, buen hombre,
será, como es rollizo,
un barbarote.
———
Cuando veo una boda,
verla me carga;
cuando miro un entierro,
doy a Dios gracias.
Rabio y me alegro,
porque no soy el novio
ni soy el muerto.
———
Fábulas
La rosa amarilla
Amarilla volvióse
la Rosa blanca,
por envidia que tuvo
de la encarnada.
Teman las niñas
convertirse de blancas
en amarillas.
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Las espigas
La espiga rica en fruto
se inclina a tierra;
la que no tiene grano,
se empina tiesa.
Es en su porte
modesto el hombre sabio,
y altivo el zote.
———
La toalla
—¡Ay! —exclamó Isabel— ¡Ay! ¡Qué toalla!
Cuando me enjugo el rostro, me le ralla.
Su aya le dice: —Si la broza quita,
perdona el refregón, Isabelita.
———
Receta contra importunos
—Ha dado toda la gente
rica y pobre del lugar
en venirme a visitar,
y no sé como la ahuyente.
Así a Blas dijo Vicente;
y él repuso: —Fácil es,
y apuesto a que pronto ves
que huye de tí el mundo entero.
Pídele al rico dinero,
y al pobre no se lo des.
———
El dromedario y el camello
El Camello le dijo
al Dromedario:
—Comparado contigo,
cuánto mas valgo.
No cabe duda:
yo tengo dos jorobas;
tú tienes una.
———
El peral
A un Peral una piedra
tiró un Muchacho,
y una pera exquisita
soltóle el árbol.
Las almas nobles,
por el mal que les hacen,
vuelven favores.
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El linajudo y el ciego
A un Ciego le decia un Linajudo:
—Todos mis ascendientes héroes fueron.
Y respondióle el Ciego: —No lo dudo:
yo sin vista nací; mis padres vieron.
No se envanezca de su ilustre raza
quien debió ser melón y es calabaza.
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El niño en alto
Trepó sobre una silla, y arrogante
un chiquillo gritó: —Yo soy gigante.
—Monuelo saltarín,— dijo un anciano—
baja, serás enano.
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A la vejez viruelas
En la boda de un viejo
cantaba un tonto:
—Yo sé que leña enjuta
se enciende pronto.
—Si; pero advierte
que a la vejez viruelas
es mal de muerte.
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El moral y la moral
Moras un gallo comió
llenándose bien la panza,
y despues en alabanza
del moral cacareó.
Gallo implume le imitó,
que al salir de vil corral,
dogmatizando a jornal,
comiendo de su tarea,
la moral nos cacarea
como el gallo del moral.
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El águila y el caracol
Vio en la eminente roca donde anida
el águila real, que se le llega
un torpe caracol de la honda vega,
y exclama sorprendida:
—¿Cómo, con ese andar tan perezoso,
tan arriba subiste a visitarme!
—Subí, Señora, —contestó el baboso—
a fuerza de arrastrarme.
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El caballo de Calígula
A su caballo nombró
cónsul Caligula fiero,
y el cuadrúpedo altanero
ya la paja rechazó.
Dorada se le llevó,
y la comió sin desdén.
Echan al pueblo tambien
paja escritores distintos;
pero adulan sus instintos:
la doran, y pasa bien.
———
El reloj de sol
Un reloj de sol hicieron
los indios allá de Quito;
parecióles tan bonito,
que un tejado le pusieron.
De lluvia lo guarecieron,
pero el sol ya no le dio,
sin él de nada servía.
No sirve una ley madura
por alguna añadidura
que un celo tonto inspiró.
———
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