Thursday, January 16, 2020

Francisco Vighi

Un murciélago

Todas las constelaciones
iluminaron sus balcones.
A la ventana se asomó la Luna
para oírme monologar:

Voy a empezar.


Francisco Vighi Fernández murió el 17 de enero de 1962 en Madrid, donde había nacido el 21 de febrero de 1890. Su padre, ingeniero italiano que había acudido a España contratado por la Compañía de Ferrocarriles del Norte, murió al poco en un accidente ferroviario; la viuda se instaló con sus hijos en Palencia, su ciudad natal.

A Madrid volvió Vighi para estudiar en la Escuela de Ingenieros Industriales, aunque más que por allí se le podía ver por las tertulias del Henar o de Pombo, en casa de los Baroja o como comparsa del Teatro Real. Obtuvo el título en 1926 tras dieciséis años en la Escuela, donde enseguida fue nombrado profesor auxiliar de Física; y, como su padre, también trabajó como ingeniero ferroviario.

En sus posesiones palentinas estaba cuando estalló la Guerra Civil. Hostigado por los falangistas locales, para evitarle males mayores lo reclama el general Mola y lo recluye en Valladolid bajo su protección; con la mala fortuna de que Mola muere enseguida y Vighi queda como en el limbo, encarcelado durante más de año, hasta que Queipo —que le debía algún favor— lo reclama, lo libera y lo instala en Málaga.

Allí permaneció un decenio como ingeniero municipal, crítico musical del diario SUR y, en general, alma de la vida intelectual local. Vuelto a la capital, a la Escuela y a la RENFE, pasó en Madrid sus últimos años.

Andrés Trapiello recogió todos sus poemas en Nuevos versos viejos (Comares, 2008) y los precedió de un prólogo donde puede encontrarse cumplida noticia de la persona y vida de Vighi. Aún más información se recoge en el discurso Francisco Vighi y su obra de su amigo Jesús Castañón, disponible aquí.

Como dice Trapiello, Vighi «fue uno de los dos o tres vanguardistas españoles que como tal tiene gracia». Por ello lo traemos aquí, y por reírse suavemente de todo, para empezar de sí mismo. Como en El poeta murciélago:

A todos extraño,
en todo lugar forastero.
Ingeniero me dicen los poetas,
poeta me dicen los ingenieros.
¡Pobre poeta
murciélago!
———

O en Si tú quisieras curarme...:

Si tú me vieras llorar,
risa te diera mi duelo.
Soy gordo y epigramático,
¡no puedes tomarme en serio!
———

O en Autorretrato:

A mí me parece un cuento
(que así son las cosas suyas:
hace vigas y aleluyas).
Es difícil que le veas,
que le encuentres por chiripa.
Explicaba chimeneas
valiéndose de la pipa.
———

Además, ¿cómo no simpatizar con su elogio de los placeres sencillos, de la vida tranquila, e incluso de la pereza? Bien claro dice cuál es su Norma de vida:

Ni negocio
ni sacerdocio.
¡Ocio!
Odio al beocio
y un gesto feo
al filisteo.
Quiero seguir feliz, hoy como ayer,
con mi pipa, mi perro y mi mujer.
———

Nueva York le inspira un soneto que acaba con esta atinada reflexión (Julia era su mujer, con la que siempre iba a las tertulias):

No cambiaré mi andante por tu allegro.
Prefiero ir con mi Julia y con mi abulia
—del brazo de las dos— a la tertulia.
———

Aunque cuando era un estudiante sin compromisos (situación en la que permaneció, ¡hombre afortunado!, hasta bien entrado en la treintena) también gustaba de hacer lo que describe en el soneto Taberna de Tupé:

Estoy en la taberna de Tupé,
entre canciones y humo de tabaco.
Oigo una voz que dice: Beba usté;
es de ribera; beba usté, don Paco.
...
Todos tenemos roja la nariz.
Que cuente algo don Paco, que lo cuente.
Yo bebo, cuento, miento y soy feliz.
———

También nos gustan las inocentes burlas a costa de los literatos de su tiempo (la mayoría amigos e incluso admiradores):

Don-din, don-din, don-din.
Lo oyen don Pedro, don Cosme, don Blas, don Joaquín
(así escribe Azorín).
———

León Felipe, ¡duelo!
No tiene
ni
Patria
ni
silla
ni abuelo.
¡Duelo! ¡Duelo! ¡Duelo!
Yo le doy un consuelo,
un pañuelo
y
otro pañuelo.
———

Porque aire, cielo y vino
hacen soñar dando esperanza al hoy.
¡Unamunesco estoy! (Es que declino).
———

Como buen vanguardista, Vighi escribió (más o menos) haikús:

Hai-Kai impuro
Cuando se murió el canario,
puse en la jaula un limón.
¡Soy un caso extraordinario
de imaginación!
———

Grillo
Rompe ya el estradivario
o quítate esa levita
¿eres músico o notario?
———

Por último —no debemos abusar del derecho de cita, no se enfaden sus herederos— digamos que pocos poetas han cantado mejor que Vighi las tierras y los hombres de España, desde el Bilbao que visitaba por negocios en su juventud hasta la Málaga de su amable destierro, pasando por su querida Palencia. Conocido es el Romance de la vida y muerte del río Carrión:

Por no ir a Valladolid
—cosas del nacionalismo—
se suicida junto a Dueñas
arrojándose en el río
Pisuerga, labrador manso,
competidor y enemigo.
———

O la feroz Semana Santa en Palencia:

...
El señor Obispo con sus hierofantes
hace que lava los pies a doce mangantes.
Por la noche, gran solemnidad:
el Prendimiento del Galileo.
Acude toda la ciudad:
poca piedad;
mucho magreo.

Y ya lo dejamos; si el lector (como suponemos) quiere más, compre el libro Nuevos versos viejos y disfrute de él.